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“Albert Camus era un hombre, no un mito”

Milenio

Ciudad de México • Albert Camus fue uno de los más grandes escritores del siglo XX. Premio Nobel de Literatura en 1957, novelista, dramaturgo, periodista, militante. Sin embargo, su hija Catherine Camus descubrió todas sus dotes luego de que él muriera, el 4 de enero de 1960, en un accidente a bordo de un Facel Vega conducido por Michel Gallimard. Tenía 46 años y ella 14.

 

En el portafolio de Camus se encontraba el manuscrito incompleto de El primer hombre, el trabajo más personal del autor, mismo que en 1994, su hija hizo publicar. Este 7 de noviembre Albert Camus habría cumplido 100 años; su hija, que se ocupa de la gestión de su obra, publicó un libro, Albert Camus, solidaire et solitaire, un homenaje a su padre y un retrato intimo de un escritor imprescindible. La siguiente entrevista fue realizada para France Inter por el director de la revista Lire.

François Busnel

Catherine Camus, usted vive en Lourmarin (sur de Francia) en la casa que compró su padre y donde él decía haber reencontrado los paisajes de su Argelia natal. ¿Cómo deberíamos imaginar esta casa, Catherine Camus, llena de recuerdos?

Claro… pero no es un museo. Esta casa la compró mi padre con el premio Nobel, fue un regalo grandioso que nos hizo. Es una casa con vida; claro, hay mucho de él en ella. La casa no ha cambiado demasiado, actualmente es más confortable porque antes tenía un aire monástico. Si un día me visita, verá que con las sillas del comedor, luego de diez minutos de estar sentado, uno prefiere dejar de comer de tan incómodas que son.

Fue el poeta René Char quien le descubrió a Camus esta región, el Luberon…

Sí, la región de Vaucluse, más bien. Cuando mi padre y mi madre comenzaron a buscar casa, la buscaron cerca de donde vivía René Char, y no encontraron. Qué bueno porque Lourmarin era una zona menos esnob, aunque ahora también se ha vuelto esnob. Le da un aire a la Toscana. Mi padre me decía siempre: “Sabes, atrás de esas montañas está el mar.” Siempre echaba de menos el mar. Por otro lado, tampoco podía estar mucho tiempo cerca de la costa debido a su tuberculosis.

Su trabajo actual es administrar y encargarse de la obra, el patrimonio, de Albert Camus, ¿cómo hacer para caminar sobre esta cuerda floja para, por un lado, no dejar que se haga cualquier cosa que le proponen y, por otro, no hacer de su obra un museo inerte?

Me pregunto a veces si no soy demasiado vieja para trabajar, pero lo hago con gusto. La obra de mi padre hace bien, es una obra que se abre a la vida, da aire y libertad. Es verdad que a veces me veo como equilibrista. Es complicado pues se trata de mi padre, y se trata de Albert Camus, pero Albert Camus es mi padre… La base de mi trabajo es que yo considero que una obra solo vive si sugiere, motiva a personas que son diferentes, y la obra va a vivir porque ellos aportarán su propia sensibilidad, su vida, sus experiencias. Es un diálogo entre la obra y los lectores. No importa si son artistas, directores de cine, autores, universitarios. La obra ya no pertenece a nadie, va sola. Si lo que me proponen no me dice nada, si no hay una cierta expectativa, mi respuesta será no.

Usted asistió a lo que se ha convertido en un hecho sociológico. Desde 1980, cuando decidió encargarse de la obra de su padre, se ha producido una revalorización increíble del pensamiento de Camus, de su obra teatral, de los diarios que usted hizo editar y que nos han hecho descubrir al hombre de verdad. Hace 30 años Camus parecía haber “perdido la partida” que lo oponía a los filósofos sartreanos, a este clan de Saint–Germain del cuál se sentía excluido. Hoy las nuevas generaciones de filósofos y artistas parecen reubicarlo donde le corresponde. ¿Qué opina de esto?

Bueno, uno tiene el lugar que merece. No porque mi padre fuera Albert Camus se merecía un mejor lugar hace 30 años. Es verdad que entonces yo tenía muy poco trabajo, había grandes omisiones, rechazos, y poco a poco esto cambió. Eso prueba que, al menos, hay una sinceridad. En 1980 aún estábamos muy cerca de las ideologías totalitarias. Mi padre decía que no era un filósofo porque no tenía suficiente confianza en la razón. Detestaba los sistemas, decía que nada es verdadero si excluye. Él pensaba que la ideología estaba al servicio del hombre, y no a la inversa. Luchó contra el totalitarismo de la historia, es decir, contra el hecho de que uno tiene la razón solo si la historia se la da; pero si la historia dice que uno está equivocado, entonces lo está indefectiblemente. Pero hay algo más, que es el hombre. Creo que actualmente estamos extraviados, por eso el totalitarismo vuelve.

El libro que usted publicó es una mina, pues encontramos fotos del fondo personal de la familia y frases de las diversas obras. Lo subtituló “Solitario y solidario”, ¿por qué esta frase en concreto para definir a su padre?

Antes que nada, porque lo definía muy bien. Respeto a mi padre y al lector; me parece que en este libro, entre menos estoy presente es mejor. No quería poner un título afectivo, sin embargo era muy difícil porque quería mucho a papá. Puse ese título porque los últimos años lo vi muy solo, pero siempre implicado, cercano a la gente, muy abierto, caluroso, nunca abandonó a nadie.

Usted es muy discreta en los medios, se la ve poco, hace pocas declaraciones. ¿Qué significa para usted, hoy en día, ser la hija de Albert Camus?

Algunos problemas, sobre todo por el trabajo que hay que hacer, pero nada más. Ya me acostumbré; tuve mucha fortuna de tener un padre como él, y de que me haya enseñado lo que me enseñó.

¿Qué le enseñó?

A no quejarme. Uno no es una víctima. Me enseñó que la libertad no se separa jamás de la responsabilidad. Cuando uno es niño eso es difícil de entender. ¿Qué opinas de eso?, me preguntaba. Era peor que recibir una cachetada. Cuando a uno le pegan, uno llora pero luego pasa a lo siguiente. En cambio con declaraciones como ésa… Me enseñó también a no mentir, a detestar la mentira. Para mí la mentira es mortífera, uno pierde algo propio cada vez que miente. Además de engañar a alguien. Es una de las peores cosas en la actualidad, pues mata la vida. En personas como yo, a quienes les cuesta ser, con la mentira ese poco de ser tiende a desaparecer rápidamente.

Albert Camus decía que la lengua francesa era para él una conquista. ¿Diría que el hecho de ser Catherine Camus es una conquista también?

Creo que para todo el mundo la vida es una conquista. Cada uno tiene dificultades, yo he confrontado cosas terribles. No pienso que tengamos que probar nada, solo tenemos la vida que hay que vivir y nunca dejar de ser. Para cada uno de nosotros la vida es una conquista pues hay que sobreponerse a muchos problemas.

Usted escribió que al descubrir cómo era su abuela, la madre de Camus que no sabía leer y a quien él dedicó El primer hombre, usted odió la manera en la que ella utilizaba el fuete para castigar a su hijo, una variable más terrible que una cachetada.

Mi padre no quería que fuéramos superfluos, y cuando lo éramos (pedir caramelos, por ejemplo), nos hablaba de lo que está escrito en El primer hombre, y yo detestaba a este antepasado mío. Una ocasión mi padre se magulló un dedo de forma fea… Él me contó que cuando volvió esa vez a casa, su madre le pegó con el fuete y lo mandó a dormir sin cenar por haberse reventado el dedo. Sin embargo, al releer El primer hombre dejé de odiarla, porque me di cuenta que esta mujer no tenía opción, su estado de necesidad no le daba alternativa.

¿De qué modo le hablaba su padre sobre la infancia en Argelia?

No hablaba mucho. Solo para decirnos que teníamos mucha fortuna de tener un techo, comida en la mesa y libros. Lo cuál es verdad, esto me lo digo constantemente. Yo conocía a mi abuela, su madre; él no tenía que contarme nada pues yo la veía. Fui varias veces a Argelia. Otras ocasiones ella vino, pero Francia no le gustaba mucho, decía que era bonito pero que no había árabes. Era una mujer tímida y reservada, que no tenía confianza en sí; pero era dulce, sin traza de maldad, creo que no sabía lo que era la maldad.

Albert Camus, en cambio, tuvo la oportunidad de conocer lo que era la maldad. ¿Durante el tiempo que vivió cerca de él, pudo darse cuenta de que sufría por ello?

Por supuesto. Después de todo, era un hombre no un mito. Claro que sufría. Pero era un hombre fuerte, nunca lo vi amargarse. Y la maldad puede amargar la vida de quien sea. Él amaba demasiado la vida para dejarse ganar.

Las fotos del libro son sorprendentes. Claro, pueden ser engañosas pues son un segundo de una vida. Hay fotos con su madre, Francine, con Jean, su hermano gemelo, y vemos a un Camus radiante, sonriente, absorto en el instante como si París estuviera lejos, como si los artículos periodísticos estuvieran lejos, como si las polémicas no lo afectaran. ¿La familia era su refugio?

Era un hombre que vivía el instante. Cuando uno contrae la tuberculosis a los 17 años, siendo pobre y viviendo en Argelia, es como una condena a muerte. Eso sin duda empuja a quien sea a vivir en el instante. Yo estuve muy enferma a los trece años y pensé que iba a morirme. Mi padre, que se negaba a comprarnos siquiera caramelos, un día llegó a la casa con un tocadiscos, lo que entonces era el colmo de los lujos, algo inaccesible. Entró a mi cuarto con una gran sonrisa y me dijo “Mira lo que te traje”. Entonces pensé que me hacía ese regalo porque en verdad yo no iba a vivir demasiado…

Cuando uno lee sus diarios hay la sensación de que él comprendía todo. Me parece que usted tenía ocho años cuando le hizo esta confidencia: “Estoy solo”.

Sí, un día entré a la sala y le dije, “¿Estás triste, papá?” Levantó el rostro, me vio y me contestó eso: “Estoy solo”. Era muy pequeña para responderle, y eso me molesta. Le hubiera dicho que no, que no estaba solo, que yo incluso iría al infierno con él. A partir de entonces, no me gusta que ataquen a mi padre.

Cuando usted le dijo que deseaba hacer la primera comunión, ¿qué le respondió?

Me respondió, “¡Cómo fastidias! Discúlpame, pero…” Estaba trabajando en su oficina. Entonces insistí. Levantó la cabeza y me preguntó: “A ver, ¿quieres hacer la primera comunión solo por el vestido y los regalos como tus amigas o porque crees en Dios?” Le respondí que por el vestido y los regalos. “¿Y eso te parece bien?”, me contestó. Tenía doce años, era muy chica todavía.

La celebridad era algo que Camus llevaba muy mal…

Era un artista, y un artista está condenado a ser célebre. Pero mi padre era un hombre muy púdico. No se creía Picco della Mirandola, ciertamente. La celebridad quita mucho tiempo, además de que uno pierde sustancia, pierde lo puramente humano, se pierde la veracidad del ser. La celebridad es peligrosa.

¿Fue esta la razón por la que su padre la protegió de la celebridad? Cuando él murió, en 1960, era alguien bien conocido.

No, no tanto. El premio Nobel, por ejemplo, no cambió mucho el estatus de mi padre. Yo no sabía que él era célebre. No teníamos radio ni tele. La televisión la veíamos en casa de mi abuela materna. Y al cine íbamos rara vez, además de que teníamos claro que el cine era algo irreal.

En la escuela, por ejemplo, ¿no le decían nada sobre su padre? Cuando le preguntaban sobre su profesión ¿qué respondía?

En la primaria yo tenía pena, la verdad. Ser escritor era algo muy vago. Al principio decía que mi padre escribía libros. Después mejor decía que era carpintero, eso era algo más concreto. Me daba pena tener que explicar lo otro, lo de escribir libros, porque luego venían más preguntas. “¿Y qué escribe?” Cosa de nunca acabar.

¿Alguna vez le dio a leer algo de lo que escribía?

Jamás. Lo único que me dio a leer fue Los tres mosqueteros. Hay quien toma Prozac para sobrellevar las cosas, yo en cambio tomo Dumas. Es extraordinario, tengo una verdadera pasión por este libro. De acuerdo, no es un libro muy intelectual, pero Emmanuel Bern, que era un gran intelectual, decía que los más grandes escritores, como Dumas, son aquellos que hacen a uno olvidarse del dolor de muelas. Y puede que tenga razón. En cualquier caso, mi padre me dio todos los Dumas. En medio de situaciones difíciles, siempre me sumía en Dumas. Los tres mosqueteros lo he leído tal vez cincuenta veces desde entonces.

¿Hablaba con su padre de todo lo que leía? Él conocía bien esta literatura, tal vez le gustaba tanto como el futbol.

Claro, como era él quien me los daba, me preguntaba luego sobre ellos; y yo no podía inventarle cualquier cosa. Pero lo hacía de una manera casual, sin presionarme.

¿Qué sintió al enterarse, en 1960, de que su padre había muerto? ¿En qué circunstancias lo supo?

Lamentablemente aún lo recuerdo muy bien. La pérdida de un padre, una desaparición semejante, es algo que no cicatriza del todo. Era la única persona que me daba seguridad. Fue peor que un terremoto, como si la tierra se hubiera abierto. Después corrí, vamos a decir, aunque en cierto modo él estaba ahí. Ya no podía escuchar sus palabras, pero era el único camino. A los 17 años leí toda su obra.

Es la edad en la que uno descubre la fuerza de obras como El extranjero, de todo el teatro de Camus…

El libro que más me conmovió fue La caída. Tras la muerte de mi padre comprendí muchas cosas sobre la forma de ser de las personas; hubo gente a quién no volvimos a ver. Cuando leí La caída me dije que era la historia de una inocencia perdida, es la historia de la duplicidad del ser; todos tenemos un par, y no somos ni uno ni el otro. Me reproché haber tardado tanto tiempo para descubrir esta dualidad. Era inocente a los 17, por eso corrí para ser yo misma.

¿Por qué decidió estudiar derecho y no letras?

Intenté letras en La Sorbona, estudié un año, pero ahí tienen una manera de desmenuzar los libros que al final no queda ni polvo de hueso, no daban ganas de leer. Uno se ve obligado a pensar de una cierta manera respecto a la obra. Para mí, una obra es un diálogo entre ésta y el lector. Además, creo que esperaban de mí una copia de mi padre, la hija de Albert Camus que iba a escribir algo como El extranjero. Solo estudié un año, el día del examen entregué las hojas en blanco. Y no volví. Era muy inmadura. Después me hice abogada, y no me arrepiento. Estudiar leyes me ubicó bastante.

Albert Camus desconfiaba mucho de lo que él llamaba los “biófagos”, estos escritores de biografías escandalosas. Al conocer las biografías sobre su padre, ¿qué piensa de sus relaciones con otras mujeres?

Bueno, no fue necesario leerlo, yo lo viví muy de cerca. Biografías, leí la de Olivier Todd recientemente, debido a la inexactitud de varios hechos y para que no hubiera agravios contra las personas citadas y sus hijos. Para mí, lo esencial de un ser humano radica en su misterio. Siempre supe que había otras mujeres en la vida de papá; pero eso era un problema de mis padres, no mío. Fui criada en una época en la que los niños no entraban mucho en la vida de los adultos. Era mejor así; teníamos ciertos deberes y ciertas responsabilidades, y era todo. A María Casares, a quién yo quería mucho, la vi después de la muerte de mamá. En mi casa, mi madre y mis tías hablaban de ella con estimación y afecto. Nunca juzgué eso en mi padre. El amor es un campo donde uno es libre a partir de que dos personas se entienden.

Michel Onfray publicó una biografía sobre Camus, que es también un ensayo filosófico sobre la obra…

La leí con el fin de ver si había errores en cuanto a los hechos, pero nada más. De cualquier modo, Michel Onfray acometió algo monumental, se sirvió de papá para atacar a Sartre, y eso es atacar a una fortaleza. Hoy en día los argumentos de Sartre contra mi padre siguen funcionando. No tengo nada contra él, pienso que es un gran escritor, pero siento que atacó al hombre y no a la obra. Y eso no está bien. Volviendo a Onfray, dijo cosas muy importantes en su biografía, con lo que no estoy de acuerdo es con cierta exageración y tono panfletario que hay en su libro y que es muy violento.

Finalmente, sobre el centenario de Camus, se tenían previstas varias manifestaciones en Aix, en Marsella…

Casi todo se ha cancelado. En Aix habrá algunas cosas, pero la gran exposición de Marsella, no. Presentaron a Europa un programa centrado en el centenario de Albert Camus; obtuvieron la etiqueta de Capital Cultural de Europa 2013, les dieron algo así como 100 millones de euros, y actualmente ya no hay presupuesto para ninguna de las manifestaciones proyectadas en noviembre sobre mi padre. Es una pena porque trabajé cinco años para Marsella 2013, me dicen que fui yo quien bloqueó muchas cosas. Falso.

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