Por: Pascual Raul Zarate Gil
Aquí Puebla, desde Londres 29 de agosto 2016.- A unos días del cuarto Informe del Presidente de la República, con el que inicia el periodo ordinario de sesiones del Congreso de la Unión, el panorama político y económico nacional pinta muy complicado y desalentador. Si bien no se le puede culpar de todo al presidente, ni adjudicarle hechos donde tanto a nivel estatal y municipal hay fallas manifiestas de ausencia de gobernabilidad y despilfarro de dinero. Lo cierto es que lo que parecía una administración que no se le podría ver peor, el rumbo cada día parece más ausente y perdido.
Y desde esa perspectiva de desconcierto y pérdida de rumbo, no se alcanza a visualizar que en las condiciones actuales pueda darse un cambio de rumbo o un giro de timón que haga recuperar parte del terreno perdido y la desconfianza predominante que hay en torno al gobierno tanto en los mercados, los círculos financieros como entre el pueblo.
A la espera de un informe que cambia de formato, esperemos que en su mensaje, en sus contenidos, se den a conocer cambios, no solo en los hombres que componen su gabinete, sino cambios de forma y de fondo que requiere el país para recomponer el camino equivocado por el que se ha transitado los dos últimos años en que el gobierno no alcanza a tener aciertos destacados como le urgen al país en materia política, financiera y económica, y en el que las llamadas reformas estructurales sólo le han traído calamidades peores a las clases sociales más bajas, como es el caso de la reforma energética, la reforma laboral y la reforma financiera, y la cruzada contra los grandes monopolios nacionales y trasnacionales que siguen controlando con camisa de fuerza el crecimiento y el desarrollo y haciendo aún más profunda la desigualdades sociales y económicas entre la población.
Mientras contamos con un presidente con un nivel de aprobación del 23%, la más baja de la historia para un Presidente de la República. Mientras en algún sistema parlamentario como el británico, la noción de desconfianza y reprobatoria subyacentes, ya hubieran creado las condiciones para disolver el gobierno, en un sistema presidencialista como el mexicanos todo cambio de paradigmas se depositan en el mismo presidente, derivan del presidente, en él se retroalimentan o se degradan.
Y si el presidente está equivocado y tiene la brújula perdida, no hay poder en México que haga cambiar las cosas hasta que no generan un desastre o un entorno sin salidas, como el que acaba de delinear la calificadora Moodys en materia de endeudamiento de las finanzas públicas, un llamado de alerta que debe generar un sacudimiento en Los Pinos, y cambios en la Secretaría de Hacienda y en la Secretaría de Gobernación, donde se ve claramente que hay un estancamiento, que han llegado a callejones sin salida, tanto en el ahogado y endrogado manejo de las finanzas públicas, como en la conducción de la gobernabilidad, para citar el enfrentamiento extremista y sin salida con la CNTE por la discusión de una reforma educativa inexistente.
Otro problema que sigue en popa es la inseguridad nacional.
Desde el tema de Ayotzinapa, que hizo público la involucración que hay entre el mismo gobierno con la criminalidad organizada; pasando por el caso de Tlatlaya, un caso de aplastamiento flagrante de los derechos humanos, hasta la matanza de maestros en Nochixtlán, Oaxaca, el gobierno no ha sabido qué hacer ni como conducir, investigar y resolver esos hechos. Se le ha venido el mundo encima y no hay manera de aclarar ni voluntad política de hacerlo. Ha quedado de manifiesto la falta de instituciones investigadoras ciertas y veraces, y la falta de voluntad política para dirimir asuntos tan calientes y delicados que se han convertido en manchas de sangre sobre el gobierno.
Subyacen a nivel nacional e internacional hechos que son violaciones flagrantes a los derechos humanos que a veces buscan justificación en la guerra contra el narcotráfico, aunque muchas otras no tienen justificación más que en la arbitrariedad administrativa y policiaca.
El combate a la corrupción y a la impunidad son constante burla al estado derecho. No por crear más y más leyes se obtiene mejore resultados, si estas no se aplican, no se cumplen, se violan o se hacen omisas ante la corrupción generalizada. Las leyes buscan un fin, pero ese fin no está garantizado sin el respeto y la observancia a la misma; si las instituciones creadas para su cumplimiento sólo sirven de parapeto o de complicidad cuando se trata de personas cercanas al poder presidencial o de los gobernadores, todo queda en la impunidad. El Sistema Nacional Anticorrupción tiene mucho camino por delante y urgentes resultados que dar. No se trata de atacar a los débiles, mientras se encubre a los más corruptos.
Enfoque especial debe darse a la transparencia y honestidad en el gasto público. No hay recato en la vida de Virreyes que se da la alta y mediana burocracia; el tráfico en las licitaciones de obras y contratos donde predomina el amiguismo y los componendas clásicas que encarecen las obras y los servicios públicos, he ahí donde deberá realmete apretar mucho el tema en la Ley de Obras y la de Adquisiciones, pues resultarán fundamentales.
Un ejemplo es el la mina de oro denominado INE. Este instituto tiene un alto costo monetario, con un presupuesto de once mil millones de pesos, sin considerar los 4 mil millones que fueron destinados al financiamiento de los partidos; el INE se construye sus instalaciones propias con un gasto irracional de mil 100 millones de pesos en tiempos de quiebra económica por la caída del precio del petróleo, la devaluación del peso, la caída en las exportaciones, en tiempos de recortes presupuestales..
En el gobierno viven y se comportan como sultanes y jeques, mientras más de 8 millones de mexicanos, según INEGI, viven de un salario mínimo de 73 pesos con cuatro centavos. Una burla para la clase trabajadora que empobrece y padece de hambre, que es sacrificada por los ricos empresarios; y el gobierno nada hace para defenderlos ni para protegerlos. Y no se diga de los líderes sindicales que se apropian de los contratos de los trabajadores como si fueran suyos y se dedican a explotarlos de por vida. Los líderes son otra cara de la corrupción y del enriquecimiento ilícito en México.
Los Gobernadores y los poderes legislativo son otro caso de vida espléndida y enriquecimiento injustificado a cambio de su entrega y servilismo al ejecutivo federal. Por eso el país está mal y va rumbo a la debacle, no marcha al ritmo de debiera, si todo está integrado y conformado de acuerdo al centralismo presidencialista, y peor aún, si el presidente no acierta el rumbo, es un hecho que los demás poderes ruedan por la misma borda.
Muchos cambios y anuncios sorprendentes se esperan de un presidente públicamente mermado, ojalá y haya un verdadero sacudimiento para que la república cambie, aún cuando se vea muy tardío el cambio ante inercias y lastres históricos sociales, culturales, políticos y económicos tan inveterados, y estando el gobierno en su último tercio. La peor es perder la esperanza de que eso sucederá. Esperemos unos días para ver si el presidente Enrique Peña Nieto despierta y vislumbra el México que nunca ha soñado, y al que llegó a la presidencia para servirle, no para servirse.