Proceso
MÉXICO, D.F., (proceso.com.mx).- Desde lo alto de Palacio Nacional, la presencia apenas reconocible del presidente Enrique Peña Nieto comparte el papel estelar con su esposa, Angélica Rivera.
Él, con moderación presidencial; ella, prodiga besos y sonrisas, como si pudiera reconocer a alguien entre la muchedumbre, entre la “prole”, como la llamó no hace mucho Paulina Peña, la hija del mandatario, quien se asoma en el balcón central de Palacio Nacional con el resto de los respectivos hijos del presidente y su esposa.
Ritual histriónico. Viéndolo bien, la ceremonia cívica del Grito es una actuación donde el presidente en turno interpreta el papel de Miguel Hidalgo que algún día de 1810 llamó a la insurgencia armada y quiso Porfirio Díaz instituirla como la noche del 15 de septiembre.
Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera lucen contentos… o al menos así pareció hasta las 11:30, cuando abandonaron la cena de gala debido a los severos daños provocados por el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel, que han causado 23 muertes.
Hace dos días, otra muchedumbre hacinada expresaba su inconformidad por la Reforma Educativa, producto del Pacto por México, un acuerdo entre las cúpulas políticas que no consultaron al magisterio. Para que la actuación de esta noche se pudiera realizar, los inconformes fueron desalojados.
El patio central de Palacio Nacional cuenta con sendos manjares que degustan amigos y colaboradores de la pareja presidencial, chocando sus copas. Ahí está el gabinete legal y ampliado; la alta burocracia; los líderes de cámaras y organismos empresariales; los diputados y senadores consentidos de la Presidencia; la familia y, hasta la los reporteros que cubren la fuente presidencial: esta noche no van a trabajar, sino a departir con sus respectivas parejas.
Tan distinto, tan igual
Desde el ingreso de tres brigadas de la Policía Militar con uniformes de la Policía Federal, el pasado viernes 13 el Zócalo cambió: en lugar de carpas se colocó un inmenso escenario; en lugar de altavoces que repudian al gobierno, se transmiten las melodías de artistas de la televisión: Ángeles Azueles; Banda Carnaval y, para cerrar, el Divo de Juárez, Juan Gabriel.
Los profesores rebeldes que se desgañitaban en discursos ahora están en el Monumento a la Revolución y en su lugar, aparece literalmente en un escenario la imagen del espectáculo con un proveedor muy conocido: Hoy, el programa de revista para amas de casa, que transmite Televisa, pues los conductores del acto de esta noche son Raúl Araiza y Juan José Ulloa. Y, para deleite de los caballeros, la actriz de telenovelas Aleida Núñez.
Las barricadas fueron sustituidas por el enorme graderío que albergará a los asistentes al desfile militar del lunes; en lugar de encapuchados de procedencia incierta, la Policía Militar resguarda las estructuras. Desaparecieron las estufas y fogones para dar paso a marchantas de aspecto humilde que se logran colar aprovechando el hambre: 30 pesos el tlacoyo.
Próximo el momento de dar el grito, retumban luminosos petardos, con la misma sonoridad que los del viernes 13, a las 4:00 de la tarde, que no anunciaron la salida del presidente pero sí su decisión de desalojar.
Esta noche, el lugar sigue tan majestuoso como siempre, con sus enormes palacios iluminados con figuras de Hidalgo y Morelos, o de los perfiles que se cree pudieron ser de ellos o, mejor dicho, de los rostros similares a los próceres con que los identifica el imaginario popular.
Para aludir la limpieza del sector, en televisión se reportó la intervención en el Zócalo y su lavado con cloro, como una desinfectación.
El cambio es tan grande y tan igual, que la Plaza de la Constitución parece haber hecho un relevo: unos pobres por otros; visible el rostro de la marginación pero con el rostro de la farándula en pantallas gigantes, un objetivo conseguido para vencer inercias y resistencias, como tuiteó el presidente minutos antes de desalojar a quienes se oponen a sus decisiones, y en este caso, para poder dar el Grito, su primero como titular del Poder Ejecutivo.